viernes, 9 de mayo de 2014

El misterioso caso del lunar peludo, Novela infantil para primeros lectores




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Capítulo Uno
Todo empezó un día lunes, exactamente a las 6:30 de la mañana.
Yo acababa de ducharme con agua tibiecita y me había puesto mi toalla de superhéroes en la cintura. Me paré frente al espejo para cepillarme los dientes con una crema dental que sabe a chicle. Entonces, de pronto, me di cuenta que tenía un lunar en el medio del pecho; un lunar que nunca antes me había visto. ¡Cáspitas!
Al principio pensé que era alguna mancha de tinta o una basurita molestosa. Quise sacarla, pero fue imposible. Era un lunar bien pegado a mi piel. Tenía el tamaño y la forma de una alverja, pero era negro y sobre todo, era peludísimo.
Bajé enseguida a mostrárselo a mis papás.
-Bernardo, ¿todavía no te has vestido? Otra vez se te hará tarde para tomar el bus.
-Mami, es que te quiero mostrar un nuevo lunar que acabo de encontrar en mi pecho y que…
-Estas no son horas de encontrar lunares, Bernardo. Te doy tres minutos para que bajes vestido y peinado.
En ese momento, mi mami estaba tratando de colocarle un pañal a mi hermanita usando una sola mano. Con la otra preparaba mi lonchera para la escuela; con la otra mano, se pintaba de rojo los labios y con la otra empacaba unos papeles que tenía que llevar a la oficina. Por eso, la última vez que me hicieron dibujar a mi mami para la tarjeta del día de las madres, la profesora Chavita me dijo que lo que había pintado parecía un pulpo rosado con veinte zapatitos de tacón y la boca pintada.
Como yo consideraba que el misterioso caso del lunar peludo era muy importante, me fui a buscar a mi papi. El pobre estaba limpiando tres grandes bolas de caquita que nuestro perro, Capitán Rabito, había dejado en la puerta de la vecina, la señora Julieta. A Capitán Rabito le encanta la puerta de la casa de la vecina para dejar sus caquitas. Pero a la vecina no le gusta para nada las caquitas de Capitán Rabito. Cuando las encuentra, lanza unos alaridos tremendos, que me hacen tapar los oídos. Por eso mi pobre papá debe limpiar las cochinadas de Capitán Rabito muy temprano, antes de que se despierte la señora.
-¡Bernardo! ¡¿Qué haces en la calle sin vestirte?!
-Papito, es que tengo que contarte acerca de un caso misterioso de un lunar peludísimo que…
-Bernardo, estas no son horas para ningún misterioso caso. Si no te apuras, te deja el bus.
-Pero, pa…
Mi papá me miró sin abrir la boca, pero con esa mirada que quiere decir: ¡Obedece porque ya me tienes harto y me colmaste la paciencia! Entonces apreté los labios y me di la vuelta. Pero en ese momento, Capitán Rabito me arrancó la toalla que tenía en la cintura porque a él le encanta agarrar las toallas con los dientes y darles vueltas por el aire.
Justo en ese instante, pasó uno de los buses escolares y creo que los niños alcanzaron a ver mis nalguitas desnudas porque pude escuchar sus carcajadas.
¡Cierto! Mi papi tiene razón: siempre hay que salir muy bien vestido a la calle.
Me fui a poner el uniforme y el chofer de mi bus tocó la bocina. Tuve que salir embalado con uno de los zapatos en la mano.


Capítulo dos
Estaba loco por enseñarle el lunar peludo a mi amigo Federico. Pero no se pudo porque la clase de Castellano empezó pronto y luego vino la de Inglés y luego la de Matemática. Yo no entiendo para qué nos enseñan tantas materias. Si yo fuera director de la escuela daría una orden para que solamente nos enseñaran una sola: matemacastellainglés.
Sería sencillo porque la profesora de Matemática podría hablar en inglés. Si no sabe, yo le podría enseñar porque los números en ingles son facilísimos: one, two, three, four, five. Pero mientras ella habla en inglés, nosotros seguiríamos hablando en castellano: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Y entonces, en una hora, recibiríamos las tres materias: Castellano, Inglés y Matemática. Tendríamos tiempo para nuevas materias como manejar aviones supersónicos, inflar globos gigantes para fiestas o construir edificios con palitos de fósforos… ¡A veces pienso que soy de verdad un genio demasiado bueno para este mundo!
Por fin llegó el recreo. Llevé a Federico a una parte alejada del patio y me abría la camisa.
-¡Uau! ¡Qué lunarzote que tienes! ¡Súper! Pero nunca te lo había visto.
-Ese es el gran misterio, Fede. Yo tampoco me lo había visto. Es un lunar nuevo.
En ese instante, Catalina apareció detrás de nosotros.
-¿Qué están viendo? ¡Yo quiero ver, yo quiero ver, yo quiero ver!
Catalina es una niñita molestosísima que vive frente a mi casa. Estudia en mi escuela; pero en un grado menor, y siempre me está persiguiendo. Apenas la veo, se me ponen los pelos de punta y me pongo histérico, igualito que mi vecina cuando encuentra las caquitas de Capitán Rabito.
-¡No estamos viendo nada! Lárgate de aquí y déjame tranquilo.
Y le lancé la misma mirada de “me tienes harto y ya me colmaste la paciencia” que me lanza mi papi. La pobre Cata se puso a llorar y se fue.


Capítulo tres
Entonces sucedió el primer hecho misterioso: cuando nos dimos cuenta, el lunar se había movido. Ya no estaba en mi pecho;  ahora estaba en el hombro izquierdo y parecía que había crecido un poco. ¡Cáspitas!
Por supuesto que Federico y yo nos quedamos con la boca abierta por la sorpresa.
(…)
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