¿Qué hay que hacer para ser admitida en el divertido club que dirige Georgina? Es sople: hay que ser extraordinario.
María Joaquina tiene dislexia, y cree que no cumple con los requisitos de un club tan exclusivo, en ellque sí aceptaron a Carola, la mejor repostera del mundo, y a Elías, el más intrépido conductor de patineta. !Hasta sus mejores amigos, Leonciio y Maricela, forman parte del club! ¿Qué puede hacer María Joaquina para ser admitida?
http://mariacristinaaparicio.files.wordpress.com/2012/06/georgina-11.pdf
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Colombia, Ecuador, México: Encuéntralo en las librerías más grandes o en las oficinas de Grupo Editorial Norma.
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En México:
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Un blog sobre el Club de Georgina:
Una simpática niña llamada Janna, creó en su blog una página divertida sobre el club de Georgina de este libro:
http://blogdejanna.blogspot.com/p/club-de-georgina.html
Empieza a leer:
Capítulo uno
Mi mejor amigo, entre todos mis amigos, se llama Leoncio; aunque, por mi culpa, todos le dicen "Loconcio":
La primera vez que lo vi, entró al salón de la mano de la profe Chavita. Llevaba su uniforme nuevo, la maleta brillante y el cabello recién peinado. Como Leoncio es de otro país, cuando se mudó con sus papás a nuestra ciudad, lo inscribieron en mi escuela.
-Niños, les presento a un nuevo compañero que se unirá a las clases desde hoy. Voy a escribir su nombre en la pizarra para que lo aprendamos.
Mientras la profesora escribía, el pobre Leoncio, parado frente a todos, nos miraba con cara de conejo asustado (los ojos sin pestañear y las aletas de la nariz abriéndose y cerrándose).
Desde nuestros bancos, estiramos los cuellos para observarlo de arriba a abajo. Supongo que nos preguntábamos cómo sería el niño nuevo: si será llorón, súper estudioso, gracioso, o con el mal genio de una serpiente cascabel y mejor no había ni que tocarlo.
-María Joaquina, por favor, lee en voz alta el nombre de tu nuevo compañero.
Entonces, clavé la mirada en la palabra escrita en la pizarra y leí:
-Lo-con-cio.
-¡Ji,ji,ji, jo, jo, jo, je, je, je, je!
Todos los chicos del salón lanzaron unas risas tan escandalosas, que me dieron ganas de taparme los oídos. Es que cuando hay una oportunidad de reírse, mis compañeros lo hacen como si nunca más fueran a reírse en la vida y hubiera que aprovechar. Son unos payasos de primera.
A la profe Chavita las carcajadas no le hicieron ninguna gracia, y su rostro se fue poniendo más rojo y más rojo y más rojo, como si las risas le dieran cuerda al color.
Al niño nuevo también se le enrojeció la cara, seguramente por la vergüenza.
-¡Silencio! María Joaquina, creo que lo haces a propósito. Vuelve a leer, niña, y pon más atención.
Entonces, volví a clavar la mirada en las letras e hice mi mejor esfuerzo:
-Lo-co-co-con-cio.
-¿Ji, ji, ji, jo, jo, jo, je, je, je, je! ¡Ñaque, ñaque, ñaque!
Nuevas carcajadas de todos y todavía más fuertes. Era terrible. Ahora sí que la profe se encolerizó. Lo supe porque cuando está furiosa, se para en la punta de los pies y abre mucho los ojos. El niño nuevo se puso colorado como salsa de tomate encima de unas papas fritas.
-¡Silencio! María Joaquina, ya no sé qué hacer contigo. El nombre de su nuevo compañero es Le-on-cio. ¡Leoncio! Y escuchen bien: no quiero que le pongan apodos a nadie en este salón. ¿Entendieron? Leoncio, bienvenido. Ve a sentarte junto a María Joaquina, que, como ya viste, es una niña muy, pero muy graciosa.
El pobrecito de Leoncio se sentó a mi lado. No me miró ni me habló durante ninguan de las clases. Desde ese día, todos en la escuela lol laman "Loconcio".
Mi amigo dice que ese primer día se sintió furioso por el apodo. Volvió a su casa, lanzó la maleta al suelo y le dijo a sus padres que deseaba tomar el primer avión de vuelta a su país y que no regresaría jamás a esa escuela. Menos mal que su familia no le hizo caso, porque ahora le encanta su apodo. Dice que el el único en el mundo que se llama "Loconcio" y que, además, es divertidísimo ser un poco loco.
A veces, a "Loconcio" le atacan los quince minutos de locura. Entonces, cuando no está la profe, pasa corriendo por los pasillos del salón y nos despeina a todos con la mano. Luego, se trepa en la mesa, se pone la mano en el pecho y canta a gritos el himno de su querida Colombia:
-Oh, gloria inmarcesiiiible, oh, júbilo immortal, en surcos de dooloooores el bien germina yaaaaa, el bien germina yaaaa…
Es muy graciosa la cara que pone y a todos nos da mucha risa. Después, se baja de la mesa y nos dice:
-Perdón, perdón. El loco de Loconcio atacó nuevamente.
Yo soy la única del salón que lo llama Leoncio. Creo que es porque me siento culpable por lo que pasó. Debe ser horrible que a uno le pongan un apodo en el primer día de clases. Pero yo no quise burlarme de Leo. Lo que me sucedió fue lo mismo que me pasaba siempre que leía o escribía: las letras me daban vueltas en la cabeza y terminaba leyendo o escribiendo alguna "reverenda barbaridad" (como diría la profe).
Vooy a contar otro caso que me sucedió en la escuela, para que entiendan mejor el problema que tenía. Una vez, la profesora me pidió que escribiera en la pizarra esta frase: "Beto peina su cabello". Yo me esforcé mucho (hasta empecé a sudar); pero lo que escribí fue: "Tobi parece un camello". Por supuesto que todos se agarraron la barriga de tanta risa, y mi compañero Tobi se puso tan bravo conmigo que hasta me enseñó los colmillos. La profe se paró de puntillas y abrió mucho los ojos. Me pidió que borrara todo y volviera a escribir la frase "Beto peina su cabello", pero poniendo más atención.
Fue todavía peor porque yo escribí: "Beti se peina como una caballa".
¡Qué tragedia! Después de eso, mi amiga Beti no me dirigió la palabra en un mes.
Yo odiaba las letras y creía que ellas me detestaban mí. Si hubiera podido, les habría puesto una gran bomba atómica para hacer desaparecer todas las vocales y consonantes del planeta. ¡Todas! Así tendríamos que usar el idioma chino o el japonés, que no tienen letras sino puras ramitas que parecen muy divertidas.
Por culpa de las letras, mi profesora no hacía más que castigarme. Pensaba que yo era una niña muy payada y más perversa que un cocodrilo estrenando dientes. Y mi hermana Vanesa, que me debía ayudar con las tareas en casa y que me tiene más confianza, me daba unos tremendos pellizcos en el brazo. Cuando lo hacía, yo abría la boca para gritar durante tres minutos seguidos sin respirar:
-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Vanesa se encerraba en su cuarto y se dedicaba a llamar por teléfono a sus amigas para contarles que tenía una hermanita boba, que además era un vaga y que ya la tenía harta y que ojalá fuera hija única y que ya no veía la hora de crecer e irse de la casa para no verme nunca más.
Yo la escuchaba detrás de la puerta y me sentía muy molesta. Por eso me sentaba en un sofá a planear cómo vengarme de ella. Un día pensé que podría ir a la tienda a comptar un balde de pintura morada. Luego lo subiría hasta el filo de la puerta de la sala para que, cuando Vanesa entrara, le cayera encima y quedara toda embarrada de color morado. Eso es lo que hacen en las películas cómicas para vengarse de alguien. Me reí mucho imaginándome a mi hermana convertida en un jugo de mora. Sin embargo, me puse a pensar que un balde de pintura debía pesar muchísimo. No sabía cómo subirlo hasta arriba de la puerta y hacer que se quedara quieto. Además, podría suceder que en lugar de caerle a mi hermana me cayera encima a mí. Eso sería una desgracia. Y si el plan funcionaba bien y le caía a Vanesa, el balde podría darle un golpe tan fuerte en la cabeza, que tal vez quedara peor de mandona y peleona de lo que ya era. Y si la pintura caía, ensuciaría la sparedes y los muebles, y mi mamá me pondría a limpiarlo todo hasta que no quedara ni una gomita, y eso seguramente demoraría ochenta años. No es muy fácil ser un vengadora.
Como nadie me ayudaba, porque mis padres trabajaban y llegaban en la noche, yo casi nunca hacía mis tareas. En vez de eso, arrancaba las hojas de mis cuadernos y me dedicaba a hacer figuras de origami. Mi tía Tina (yo adoro a mi tía Tina) me regaló un libro para Navidad, en el que enseñan a hacer figuras doblando papeles. Eso se llama "origami" y es una cosa que le encanta hacer a la gente en Japón. Hace poco hice un monito y una monita enamorados, tomados de las colas.
Y solamente utilicé una hoja de mi cuaderno de Lengua y dos hojas de mi cuaderno de Matemáticas.
Otras tardes, en lugar de hacer mi tarea, me las pasaba poniéndome goma blanca en las manos. Después, esperaba un rato a que se secara. Luego, trataba de sacar las capas de pegamento seco lo más completas que se pudiera. No sé por qué, pero es muy entretenido hacerlo. Yo me imaginaba que era una mutante, mitad humana y mitad reptil, y que cambiaba de piel cada cierto tiempo.
Los viernes me reunía con Maricela y Leoncio y veíamos películas en alguna de nuestras casas. Mi amiga siempre elegía ver películas sobre perros. Hemos visto películas sobre perros chihuahuas, San Bernardo, dálmatas, perros que hablan, perros que no hablan, perros extraterrestres, perros policías, perros delincuentes, perros inteligentes, perros tontos, perros espías, perros científicos… Maricela adora a los perros (aunque sus padres no le dejan tener ninguno) y ellos la adoran a ella. Si estamos en el parque, se le acercan todos los perros (como si ella fuera un gran hueso) y se le trepan encima para llenarla de lamidos en la cara.
A Leoncio, en cambio, le encantan las películas de monstruos, fantasmas, extraterrestres y todo tipo de seres del más allá. A Maricela le dan miedo ese tipo de historias. A mí, por el contrario, me despiertan mucho interés. Sucede que me puse a pensar que, tal vez, fueran los fantasmas los causantes de mi problema con las letras.
Leoncio decía que los fantasmas están en todos lados. La mayoría de ellos son espíritus muy tranquilos que no hacen ruido y no fastidian a nadie. Sin embargo, hay algunos que se dedican a aullar en los oídos de las personas: ¡Auuu, auuu, auuu! Y a otros les gusta abrir y cerrar puertas y ventanas o esconderle las cosas a la gente. Por eso, pensé que podrían ser los fantasmas quienes me movían las letras cuando yo trataba de leer o de escribir.